La ingeniería genética, también llamada biogenética, es la tecnología del control y transferencia de ADN de un organismo a otro, lo que posibilita la creación de nuevas especies, la corrección de defectos genéticos y la fabricación de numerosos compuestos.
La modificación genética de los vegetales para mejorar sus propiedades es una de las cuestiones científicas más polémicas a día de hoy. Desde que hace más de 8.000 años los agricultores centroamericanos mejorasen las plantas de judías, algodón y calabaza, los rasgos de plantas y animales se han continuado alterando mediante el cruce. No fue hasta que los científicos desvelaron definitivamente la naturaleza de los genes en la década de los 40, cuando quedaría claro que esto cambia de forma aleatoria el ADN de las células.La ingeniería genética tiene como objetivo modificar el ADN, pero a diferencia del caso del cruce, la ingeniería genética lo hace de forma controlada y orientada a unos objetivos determinados con antelación. Los contrarios a la ingeniería genética afirman categóricamente que la tecnología puede conllevar muchos problemas, como la aparición de superhierbas, o de alergias y resistencia a los antibióticos en los seres humanos.
Por la contra, los científicos a favor de la ingeniería genética afirman que no hay nada nuevo en esta práctica, ya que los agricultores llevan miles de años creando distintas variedades de vegetales. En realidad, la ingeniería genética se puede considerar como un nuevo comienzo cambiando totalmente el concepto con lo que existía anteriormente, ya que se centra solo en unos cuantos genes asociados a rasgos específicos, mientras que el cruce convencional implica a un gran número de genes, con consecuencias desconocidas.
Si bien podemos hablar de cruce para modificar genéticamente seres vivos comenzando en las prácticas de las tribus centroamericanas, el justo comienzo para la ingeniería genética se debe establecer en William James Beal. Éste botánico estadounidense desarrolló cruces de maíz valiéndose de sus conocimientos científicos, consiguiendo al finalizar su experimento en 1879 mejorar la producción de maíz en un 50%.
Siguiendo la práctica de William James Beal muchos otros mejoraron distintas plantas, pero quizá sea recalcable el caso de la patata Lenape. En 1964, sus creadores afirmaron que las patatas fritas hechas con esta variedad de patata eran mucho mejores que con cualquier otra de las existentes. El problema llegó cuando pruebas posteriores demostraron que esta nueva variedad también contenía concentraciones excesivamente altas de solanina, razón por la que se tuvo que abandonar su cultivo.
Estos métodos tradicionales requerían (y requieren aún a día de hoy cuando se utilizan) un gran número de plantas para lograr una elevada probabilidad de transferencia de rasgos. Al final se consigue transmitir el gen deseado, pero el problema es que este método impide seleccionar la totalidad de genes transmitidos, por lo que se transmiten otros muchos genes que definen rasgos totalmente desconocidos, pudiendo enfrentarnos a casos como el de la patata Lenape que se repitió en 1995 en Suecia con otra variedad de patata obtenida por éste método.
En 1944 Oswald Avery al frente de un equipo del Rockefeller Institute de Nueva York aportan las primeras pruebas solidas de que en el ADN están codificados los genes que determinan las cualidades de cada ser vivo. Este descubrimiento planteó una posibilidad nueva de cultivo en la que, en lugar de combinar a ciegas todos los genes de dos plantas hasta encontrar la combinación que buscamos, los científicos pueden identificar los pocos genes implicados en ese rasgo y transferir sólo esos genes a la planta, obteniendo una variedad de la misma mejorada.
Con este avance nacería definitivamente lo que hoy conocemos como ingeniería genética.
La supuesta ingeniería genética carece de base científica y constituye una agresión sin precedentes que amenaza con destruir el ecosistema y pone en peligro el futuro de todos los seres vivos del planeta.
El 17 de enero, el diario El Mundo titulaba así un reportaje en sus páginas de salud: «Un estudio defiende el valor profiláctico de la extirpación de ambos pechos». La idea no es nueva. Hace ya cuatro años que apareció en ABC esta noticia: «Suecia: mujeres sanas se extirpan los pechos para prevenir el cáncer de mama... los expertos aseguran que se reduce el riesgo en un 50%».
¿Es posible saber con tanta seguridad que se va a padecer una enfermedad como para tomar una decisión tan drástica? La respuesta está en los recientemente comercializados análisis genéticos para detectar los supuestos «genes del cáncer de mama», BRCA1 y BRCA2.
Más de 300 organizaciones , principalmente japonesas y americanas, han adquirido las patentes de unos 2000 fragmentos de ADN en los últimos 18 años. Se pretende disponer de un banco de «genes culpables» que sirvan de base a tests genéticos y terapia génica. Estamos hablando de la vertiente menos conocida de la manipulación genética: las aplicaciones médicas.
Por ahora, los medios están reflejando un cierto debate en torno a la ingeniería genética centrado en los alimentos manipulados y en los problemas éticos derivados de la clonación. Pero comencemos por el principio, ¿es posible realmente manipular de forma controlada el genoma de los seres vivos? ¿Es posible una ingeniería genética? Hace muy poco, el catedrático de ingeniería Javier Aracil nos recordaba desde las páginas del Diario de Cádiz, que «la ingeniería es un modo de actividad profesional que consiste en concebir, construir y explotar un mundo artificial» y esto es así porque un mundo artificial es previsible, porque tiene una estructura fija conocida y por ello controlable. Pero los organismos vivos son en esencia dinámicos e imprevisibles. En cada una de los cien billones de células de nuestro organismo se producen cada instante unas diez mil reacciones bioquímicas diferentes. Ni con los ordenadores más potentes se puede predecir, y mucho menos controlar, estos procesos.
El problema más grave de la «ingeniería genética» es que se está construyendo sobre una base biológica errónea y obsoleta: los modelos deterministas de Darwin y Mendel. Hace mucho tiempo que estos modelos están totalmente superados. Barbara McClintock (Premio Nobel del 80) estudió ya en los años 50 la estructura móvil del genoma: los llamados transposones y retrotransposones. Seymour Benzer mostró en 1962 que el gen no es una unidad indivisible. Desde entonces, la investigación en Biología Molecular ha fulminado la concepción mecanicista de la Biología en general y de la Genética en particular .
Algunos de estos hallazgos dejan sin base científica la «ingeniería genética»:
El lenguaje genético no es universal: la misma información puede ser leída de diferente forma por otro ser vivo o incluso por el mismo ser en otro lugar o situación. Por tanto, no es posible transferir información controlada de un organismo a otro. De hecho la célula puede producir proteínas para las que no existe información en sus cromosomas. No es cierto que la información genética esté silo en el Núcleo de la célula; cada una de los cientos de Mitocondrias que hay en cada célula poseen información genética imprescindible para la programación de la información del núcleo. Esto hace imposible los pretendidos procesos de clonación de seres vivos a partir únicamente del ADN nuclear. Hay un intercambio constante de información entre los dos filamentos de cada cromosoma o entre diferentes cromosomas. Además, el núcleo tiene tendencia a asimilar a su interior e incluso incorporar a sus cromosomas el material genético del exterior, incluido el contenido de lo que comemos. Es imposible controlar el lugar de integración de un trozo de información manipulado en un cromosoma. Este material, que produce cambios y destrozos en los cromosomas, se introduce mediante interruptores o vectores provenientes de virus a los que se añade una cola para impedir que sea eliminado; esto convierte el material en una auténtica bomba de relojería genética con consecuencias imprevisibles. La mayoría de los tratados hasta ahora han acabado enfermos y no se les aconseja tener hijos pues se prevé que los vectores penetren en óvulos y esperma.
Las hormonas y enzimas obtenidas con biotecnología genética, poseen mutaciones que provocan graves efectos secundarios. Esto es debido a diferencias estructurales entre las proteínas humanas, que son tridimensionales, y las fabricadas por bacterias, que son lineales. Un ejemplo especialmente alarmante es el de la insulina: actualmente la única disponible en España es la procedente de manipulación genética; su obtención plantea graves problemas, el más grave: las mutaciones, que provocan a su vez efectos secundarios como alergias, cánceres y enfermedades autoinmunes. Además, el nivel de azúcar baja tan repentinamente que provoca desmayos súbitos (en Suiza se han registrado ya cientos de accidentes de tráfico mortales debido a desmayos súbitos de conductores).
La técnica de detección de material genético (llamada hibridación) tiene importantes limitaciones intrínsecas que convierten en un engaño criminal los «tests genéticos» que detectan mutaciones en supuestos genes a los que se considera responsables de enfermedades.
En resumen, según los pocos científicos independientes que se atreven a hablar claro, estamos ante un peligro mucho más grave que el representado por la energía atómica. Volviendo al cáncer de mama: esas mujeres engañadas y empujadas a tomar dramáticas decisiones sin base alguna no son más que las primeras víctimas de una catástrofe sin precedentes: en Estados Unidos algunas compañías de seguros empiezan a exigir el test genético negativo o la extirpación de los pechos, y hay que tener en cuenta que ya hay decenas de enfermedades a las que se les ha encontrado el «gen culpable».
Cuando se sabe que hay más de 1200 variaciones del supuesto gen BRCA1 registradas y que estas mutaciones aparecen en los mismos porcentajes en mujeres sanas e incluso en hombres, comienza a vislumbrarse el alcance de esta tragedia. Y «casualmente» estas manipulaciones atacan principalmente a las mujeres: no ha bastado con haber medicalizado la concepción, el embarazo, el parto y hasta la crianza de los bebés; no ha bastado con comprometer la salud de las próximas generaciones al arrebatar a las mujeres estas funciones biológicas básicas. Ahora se trata de amputar sus cuerpos y agredir los centros de transmisión de la energía y de la vida, arruinando, quizá definitivamente, el futuro de la humanidad.
El lenguaje genético no es universal: la misma información puede ser leída de diferente forma por otro ser vivo o incluso por el mismo ser en otro lugar o situación. Por tanto, no es posible transferir información controlada de un organismo a otro. De hecho la célula puede producir proteínas para las que no existe información en sus cromosomas. No es cierto que la información genética esté silo en el Núcleo de la célula; cada una de los cientos de Mitocondrias que hay en cada célula poseen información genética imprescindible para la programación de la información del núcleo. Esto hace imposible los pretendidos procesos de clonación de seres vivos a partir únicamente del ADN nuclear. Hay un intercambio constante de información entre los dos filamentos de cada cromosoma o entre diferentes cromosomas. Además, el núcleo tiene tendencia a asimilar a su interior e incluso incorporar a sus cromosomas el material genético del exterior, incluido el contenido de lo que comemos. Es imposible controlar el lugar de integración de un trozo de información manipulado en un cromosoma. Este material, que produce cambios y destrozos en los cromosomas, se introduce mediante interruptores o vectores provenientes de virus a los que se añade una cola para impedir que sea eliminado; esto convierte el material en una auténtica bomba de relojería genética con consecuencias imprevisibles. La mayoría de los tratados hasta ahora han acabado enfermos y no se les aconseja tener hijos pues se prevé que los vectores penetren en óvulos y esperma.
Las hormonas y enzimas obtenidas con biotecnología genética, poseen mutaciones que provocan graves efectos secundarios. Esto es debido a diferencias estructurales entre las proteínas humanas, que son tridimensionales, y las fabricadas por bacterias, que son lineales. Un ejemplo especialmente alarmante es el de la insulina: actualmente la única disponible en España es la procedente de manipulación genética; su obtención plantea graves problemas, el más grave: las mutaciones, que provocan a su vez efectos secundarios como alergias, cánceres y enfermedades autoinmunes. Además, el nivel de azúcar baja tan repentinamente que provoca desmayos súbitos (en Suiza se han registrado ya cientos de accidentes de tráfico mortales debido a desmayos súbitos de conductores).
La técnica de detección de material genético (llamada hibridación) tiene importantes limitaciones intrínsecas que convierten en un engaño criminal los «tests genéticos» que detectan mutaciones en supuestos genes a los que se considera responsables de enfermedades.
En resumen, según los pocos científicos independientes que se atreven a hablar claro, estamos ante un peligro mucho más grave que el representado por la energía atómica. Volviendo al cáncer de mama: esas mujeres engañadas y empujadas a tomar dramáticas decisiones sin base alguna no son más que las primeras víctimas de una catástrofe sin precedentes: en Estados Unidos algunas compañías de seguros empiezan a exigir el test genético negativo o la extirpación de los pechos, y hay que tener en cuenta que ya hay decenas de enfermedades a las que se les ha encontrado el «gen culpable».
Cuando se sabe que hay más de 1200 variaciones del supuesto gen BRCA1 registradas y que estas mutaciones aparecen en los mismos porcentajes en mujeres sanas e incluso en hombres, comienza a vislumbrarse el alcance de esta tragedia. Y «casualmente» estas manipulaciones atacan principalmente a las mujeres: no ha bastado con haber medicalizado la concepción, el embarazo, el parto y hasta la crianza de los bebés; no ha bastado con comprometer la salud de las próximas generaciones al arrebatar a las mujeres estas funciones biológicas básicas. Ahora se trata de amputar sus cuerpos y agredir los centros de transmisión de la energía y de la vida, arruinando, quizá definitivamente, el futuro de la humanidad.
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